Girarse hacia el sol
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Campos inmensos de girasoles abiertos de par en par y perfectamente alineados me indican que el verano está en pleno apogeo.
Las enormes flores doradas se dirigen hacia el sol y siguen su trayectoria por el cielo diurno desde que asoma el primer rayo de la mañana hasta que se oculta el último por la tarde.
El verano trae consigo el máximo caudal de luz y calor para que los frutos de las plantas terminen de madurar.
Calor y luz son energías necesarias para concluir el proceso que comenzó meses atrás y que ahora necesita el último empujón.
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La pequeña planta que estableció sus raíces bien firmes dentro de la Tierra, se nutrió primero de la energía procedente del suelo. Y aunque en principio era frágil y tierna, poco a poco, se fue fortaleciendo y desarrolló un tallo robusto con el que fue capaz de sortear obstáculos y alejarse del suelo. Una vez arriba, y en dirección siempre al cielo, extenderá sus grandes pétalos amarillos y desde ese momento lo único que buscará será: ser bañada con la radiante luz solar.
Tras esa iluminación que le va a aportar el Sol, la planta llegará a madurar y entonces dejará de seguirle. Ya no va a necesitar de él porque ha integrado dentro de ella los códigos de luz y energía que le ha entregado.
A partir de ahí, el girasol dejará caer su pesada cabeza floral repleta de semillas hacia el suelo, de vuelta hacia el lugar de donde salió.
Ese periodo especial de encuentro entre el girasol y el astro diurno que se sucede en verano será clave para que la planta concluya con lo que que ha venido a desarrollar, su propósito de vida: florecer y dar frutos. Es decir, expresar su máximo potencial como planta que es.
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Meditar sobre el comportamiento tan particular que realiza esta flor tan conocida por todos, y ese querer dirigir su mirada continuamente hacia el sol para que éste la ayude a madurar, nos puede servir a nosotros mismos como ejemplo para aprender.
Llega un momento en la vida que la persona necesita iluminarse, abrirse a la luz, establecer contacto con la espiritualidad; dejarse penetrar por el conocimiento y la sabiduría divina que vienen de arriba. Dejar de prestar interés a lo mundano y terrenal para desarrollar en nosotros nuestro aspecto más elevado y espiritual.
El girasol nos ilustra perfectamente en la relación que hay entre lo de abajo y lo de arriba, entre el suelo y el cielo, entre lo terreno y lo divino; entre la energía femenina (de la madre), que nutre y sostiene y la energía masculina (la del padre), que aporta fuerza y poder para desarrollarse como quien realmente uno es.
El color amarillo del girasol nos habla del brillo, del fuego, del poder y la pasión que laten dentro de nosotros y que está esperando el momento en que maduremos para desplegarse.
Es tiempo de dar fruto y de hacerlo en abundancia, como hace la naturaleza.
Por eso, te sugiero que abras tu corazón, que abras tu mente y te abras a la luz para terminar de completar lo que aún falte por madurar en ti.
Es tiempo de entregarse con amor a la vida; de extender hacia ambos lados nuestros brazos como pétalos de flor y abrir el corazón para mostrar al mundo quienes somos de verdad.
Que la luz, la luz de este sol radiante que nos acompaña durante los meses estivales, y el amor expandido, guíen nuestras vidas hacia una realización más plena y auténtica de nuestro verdadero Ser.
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