El mundo como un espejo

 


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Hoy quiero hablarte de cómo ver el mundo que te rodea como un espejo capaz de ayudarte, a través de la imagen que te ofrezca, a aprender más sobre ti mismo y sobre lo que albergas en tu interior.

Quizá cueste un poco entender que lo que se muestra delante de nuestros ojos cada día no es más que una proyección del mundo interno de cada uno. Aun así, me gustaría que te dieses la oportunidad de abrirte a otra mirada y que desde otra posición obtengas una perspectiva diferente del mundo como algo no tan ajeno a ti.

Cuando te asomas al espejo cada mañana éste te devuelve una imagen que te ayuda a saber cómo eres y cómo estás; si tienes que peinar tus cabellos porque estén alborotados, si te tienes que afeitar porque la barba se hace presente, o porque lleves una mancha en la mejilla de la que no te habías percatado. El espejo te sirve para tomar conciencia de lo que no puedes ver de ti mismo.  

Todos somos rápidos para advertir los errores y fallos en los demás pero no así para detectar los nuestros. Es más fácil de descubrir la paja en el ojo ajeno que la viga en el nuestro.

Por eso, una forma de trabajar con la sombra que todos tenemos, esa parte que nos cuesta identificar en nosotros y que permanece bien escondida, además de que solemos negarla, es empezar a mirar a las personas que entran en contacto con nosotros y a las situaciones que nos acontezcan como portadoras de importantes lecciones para nuestra alma.

Las personas no están aquí por casualidad o para fastidiarme, aunque así me lo pueda parecer. La vida me las trae para que sean mis maestros y descubra y aprenda que lo que rechazo es porque no lo he integrado en mí.

Una vez que aprendo la lección, es más que probable que el maestro desaparezca del escenario en el que actuó para mí. Y probablemente, en poco tiempo, aparezcan nuevos personajes, nuevos maestros, y nuevas situaciones, que lo único que pretenderán será ayudarme a aceptar un poco más mi parte oscura.

Mirar la vida de este modo hace que empiece a responsabilizarme de lo que me ocurre y, por supuesto, a aprender. Si mi línea de actuación es continuar echando la culpa al otro, al que no me cae bien o a aquel que no se comporta como yo quisiera, la situación seguirá siendo la misma porque lo que pretendo, en realidad, es cambiar al otro, cuando en realidad lo que me toca ahora es realizar un cambio de actitud en mi.

Cuando trato de alejar, rechazar, cambiar a alguien o a algo, en realidad estoy rechazando una parte mía que me molesta y que la otra persona no deja de recordármela. No me estoy aceptando tal y como soy, con mis luces y mis sombras.

Es importante identificar qué es lo que provoca en mí la persona que tengo enfrente.

¿Qué es lo que tanto me irrita o me enoja de esa persona? ¿Qué sentimientos aparecen en mí cuando se produce determinada situación o cuando estoy delante de ese individuo? ¿Qué me viene a enseñar? ¿Para qué llega a mi vida? 

El sentimiento que se suscita en mí es mío, de nadie más, así que mejor tomar nota de él y asumir todo el aluvión de emociones que lleguen detrás.

Lo que sí es cierto es que  “Si yo cambio, todo cambia”, y también que: “A lo que te resistes, persiste”.

Y que volverá a ti una y mil veces más hasta que te des cuenta y descubras que no hay un enemigo enfrente tuyo, sino un aliado, que trae consigo, además, un regalo para ti.

 

En el Ho’oponopono, una antigua técnica utilizada por el pueblo hawaiano para resolver conflictos dentro de la comunidad, se parte de la base de considerar que el otro nunca te hace nada malo. Eres tú quien así lo crees. Y es así porque algo dentro de ti merece atención, y ser transformado. Para que no te afecte ni te haga daño lo que la otra persona haga o diga. De tal manera que, con la utilización de las cuatro palabras mágicas más conocidas del ho’oponopono: “lo siento, perdóname, gracias, te amo”, se empiece a obrar una especie de milagro.

Al decir “lo siento”, admito que de algún modo yo he creado esa situación tan incómoda y que he involucrado a la persona o personas que me la están presentando delante de mis narices para aprender de ella.  

Al decir “perdóname”, pido disculpas a todos esos personajes que tan diligentemente se han ofrecido a participar en el reparto de mi película y que me ayudan a advertir lo que tengo que modificar de mi conducta.

Al decir “gracias”, lo hago desde la certeza y convencimiento de que todo lo que está sucediendo es para mi mayor bien, aunque ahora mismo no lo entienda.

Y al decir “te amo”, lo hago de corazón hacia mi supuesto enemigo, que no ha hecho más que aceptar representar perfectamente su papel para que yo aprenda y rectifique mi actitud. No hay enemigos porque tú y yo somos lo mismo. Por eso, mejor decir “te amo”, porque al decírselo a él me lo estoy diciendo a mí mismo.

Y no es necesario decirle estas palabras a nadie. Te las dices a ti mismo a modo de mantra.

Sé lo difíciles de pronunciar que resultan al principio esas cuatro palabras: “lo siento, perdóname, gracias, te amo”. Es más, muchos podrán decir: pero, ¿de qué tengo yo que pedir perdón al que me ha hecho un daño? ¿Cómo le voy a decir que le amo si encima me ha causado un mal?

Lo sé. Igual que sé que por algún motivo, estas cuatro palabras funcionan. Porque con ellas entregas a la Divinidad la situación para que sea resuelta de la mejor forma posible.

Yo no sé cómo hacerlo pero confío en el Gran Espíritu, en la Fuente de Amor Universal, para que toda esta situación sea solucionada, para el mayor bien de todos los que estamos involucrados en ella.

Que la luz y el amor guíen siempre tu camino. 💫💖

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