El adiós a un ser querido
tan única e irrepetible,
seguiré viviendo mi vida
para que tu partida no haya sido en vano"
Es necesario y sano decir adiós a un ser querido que se ha ido y procesar su ausencia. Y cuanto antes lo hagamos mejor.
Eso no quiere decir que no podamos estar tristes, ya que es inevitable, tenemos sentimientos. Pero lo que quiero decir es que hay que procurar que esa tristeza no se convierta en un estado permanente y a la larga patológico.
Dicen los expertos que el duelo por un ser querido que ya no está suele durar alrededor de un año más o menos, y que existen una serie de fases por las que hay que atravesar para, finalmente, recobrar la fuerza que nos anime de nuevo a continuar viviendo.
Despedirse de los que queremos siempre cuesta, y más si el que se ha ido se fue antes de lo previsto, y aún más si le quedaba mucha vida por vivir...
Y es que nadie nos enseña que la muerte forma parte inevitable de la vida, y al contrario, que la vida forma parte de la muerte. Tampoco se nos enseña que amar no significa poseer, que no podemos tener a nuestro lado a los seres queridos para siempre y, más que nada..., tampoco se nos dice que cada alma tiene un destino que seguir, aunque no lo comprendamos desde nuestra mente humana.
Nuestro paso por la vida no resulta para nada indiferente. Siempre se deja una huella en los demás. Y lo importante de esa huella que nos dejaron grabada en nuestro corazón los que se fueron, es la que debería servirnos como impulso para vivir con más fuerza la vida que aún nos queda a nosotros.
¡Todo un reto! ¿verdad?
Lo cierto es que la muerte de un ser querido nos pone cara a cara con nuestro dolor, con aquel que en su momento no quisimos o no supimos mirar y que fuimos enterrando muy profundo porque, claro, nos dolía.
Si algo he aprendido de la muerte es que el que se va, no se va del todo. Y, por otro lado, el que se queda, se queda para seguir viviendo y dando lo mejor de sí mismo al mundo. El que se va se marcha dejando impregnada nuestra alma de historias compartidas: vivencias, miradas, conversaciones, bailes, sonrisas.., momentos que nos acompañarán para siempre y que ya forman parte de nosotros. Lo importante ahora es saber, ¿qué hacemos con todas esas cosas? Bien nos las podemos guardar y rumiar nuestro dolor en soledad por la ausencia de esa persona una y otra vez. O sumirnos en una eterna tristeza que nos acompañe por el resto de nuestros días.
Yo creo que hay que reinventarse para que la muerte de esa persona no haya sido en vano.
Estoy segura que una parte de nosotros también ha muerto con el que se fue pero a la vez podemos hacer resucitar una nueva y mejor versión de nosotros mismos.
Desde luego que fácil no es, no creas que no lo sé. ¡Pero se puede! ¡Se puede!
El ser humano ha demostrado en numerosas ocasiones cómo puede renacer de sus cenizas como un ave fénix y volar mucho más alto aún.
Personalmente, yo creo que somos energía y que por tanto la muerte representa sólo un paso más en la transformación de esa energía. Lo mismo que el gusano de seda se convierte en una bella mariposa y echa a volar muy lejos del suelo, así también nosotros tras el tránsito de retorno al verdadero hogar.
Hablar de la muerte suele incomodar a muchos aunque habría que abordarla con más naturalidad, poder hablar y compartir inquietudes para que no se llegue a convertir en el paso más temible al que enfrentarnos.
Lo más certero que debemos saber es que desde el mismo momento en que accedemos por una puerta de entrada a esta vida se abre inmediatamente otra puerta de salida. El cuándo se produzca esa salida es lo que desconocemos. Pero esa puerta abierta nos espera a todos.
Que os envuelva un gran abrazo de luz a los que habéis tenido que decir adiós a un ser querido.
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